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¿Por qué es tan difícil cambiar?

Una joven de alrededor de 16 años se maquilla los ojos frente al tocador de su cuarto, mientras fuma y baila al ritmo de los audífonos de su Ipod. De repente, por la ventana entra un anzuelo gigante que la rapta, la toma por el cuello y la arrastra por el aire a toda velocidad.

Un señor vestido de traje, maneja y capotea el tráfico mientras le da una fumada a su cigarro. Por la ventanilla de su auto aparece de la nada el mismo anzuelo gigante, se engancha a su cuello y lo saca bruscamente para tironearlo por el aire cual cohete de pueblo. El anzuelo los posee.

Ambos casos forman parte de la mejor campaña de publicidad que conozco. Desde que la vi se me quedó grabada; la transmiten en Inglaterra y nos muestra cómo una sustancia se puede adueñar de nuestra vida.

No importa si se trata de dejar de comer, fumar, apostar, comprar, tener sexo, consumir pan, café, alcohol o drogas, relacionada con esas actividades existe una sustancia que nos complica y hace que sea endemoniadamente difícil dejar cualquier hábito; su nombre es "dopamina". Esta sustancia es un químico producido en el cerebro, su función es transmitir señales de célula a célula; causa sensación de bienestar o placer y nos engancha a seguir con el hábito que la produce.

Conocer el proceso de lo que sucede en el cerebro, me ha servido para entender mi irracional compulsión por los chocolates oscuros.

La culpable: la dopamina

La dopamina condiciona a tu cerebro para conseguir "lo que quieres", te estimula a llevar a cabo comportamientos que favorecen su producción sin importar si te hacen bien o no. Esto sucede en dos pasos que seguramente has experimentado. Primero, pruebas algo que te da placer (digamos unos tacos de carnitas a las 3:00 de la tarde), lo cual causa la liberación de una oleada de dopamina. Parte de esa dopamina viaja al área de tu cerebro donde se forman los recuerdos y se establece una conexión entre los tacos y el premio. En ese punto, los tacos se convierten en lo que los científicos llaman "prominente" necesario o adictivo. Así que cuando te expones a algo que es prominente, puedes pensar: "No debería de comerlo, tomarlo, fumarlo… sé que me hace mal", peeero tu cerebro no hace caso y registra: "¡Yupi, dosis de dopamina!"

Es aquí donde tiene lugar el segundo paso: además de crear recuerdos, la dopamina controla el área de tu cerebro responsable del deseo, de la toma de decisiones y de la motivación. Ese es el anzuelo que nos toma por el cuello y nos domina, efecto excelentemente ilustrado por la campaña de publicidad de la que te platiqué.

Así que una vez que los tacos se vuelven prominentes, la próxima vez que los ves o los hueles, tu cerebro registra una descarga de dopamina que te estimula a comer más tacos. Mientras los disfrutas, tu cerebro produce más dopamina, que a su vez refuerza el recuerdo que causó que los tacos se convirtieran en un factor prominente. Es un ciclo que nunca termina: entre más haces algo que te provoca placer, la dopamina aumenta tu necesidad y se asegura de que lo vuelvas a hacer. Así es como se forman los hábitos…

Con el tiempo, si los tacos se hicieron suficientemente prominentes, con la sola rememoración tu cerebro segrega dopamina y te estimula a consumirlos; es más, cada vez que veas una tortilla, una salsa verde o una cerveza que te los recuerde, se te antojarán.

Lo mismo sucede con cualquier tipo de conducta que te provoque placer: los orgasmos provocan oleadas de dopamina, al igual que ganar en el juego, tomar una cuba, oír el sonido que avisa que recibiste un mail, llegar a la meta del maratón o inhalar cocaína.

Así que cuando fallamos en la dieta, en hacer ejercicio o nos rendimos a la compulsión por los chocolates, no es –del todo– nuestra culpa, ¡es de la dopamina!

"Bueno, y ¿ahora qué hago?", te preguntarás.

Como el perro de Pavlov, no puedo resistir la tentación. Por más concentrada que me encuentre trabajando en algún texto o investigando algún tema; en el momento que escucho el sonido que avisa que un mail entró a mi celular o computadora, siento en el estómago la misma sensación que me dominaba de niña al abrir los sobrecitos de las estampitas coleccionables, las cuales compraba en la tiendita para completar mi álbum. Es la recompensa de la gratificación inmediata.

Por eso es tan difícil cambiar un hábito, no importa si se trata de comida, alcohol, cigarro, sexo, ejercicio, droga o internet. "La adicción a estar conectado causa en el cerebro los mismos disparos de dopamina que veo en los adictos a la cocaína cuando piensan en alguien que está high por el consumo", afirma la doctora Nora Volkow del National Institute on Drug Abuse. Cambiar un hábito "es pelear contra uno de los sistemas neurológicos más fundamentales del cerebro." Piénsalo: "Si diseñaras una especie animal y quisieras estar seguro de que realizara funciones de supervivencia –como comer y reproducirse–, seguramente crearías un sistema en el que tales funciones le proporcionaran placer, así querría repetirlas. Entonces, harías que la dopamina asegurara que esas conductas fueran automáticas. En realidad es brillante."

¿Habrá alguna manera de engañar al cerebro para que segregue dopamina?

Ahora, ¿qué pasa si tú o yo queremos crear un hábito para tener una vida más saludable como hacer que nos guste consumir más ensaladas, brócoli o practicar algún tipo de ejercicio? "El secreto es pensar en recompensas", dice Volkow. Por ejemplo, si después de hacer ejercicio o comer sano te das un pequeño premio, como comerte un chocolate, darte un masaje o comprarte unos zapatos si cumpliste durante toda la semana, tu cerebro registrará ese gusto y enrolará la práctica al círculo de la dopamina para que la asocies a la experiencia positiva ayudándote a formar un hábito.

Sólo que –como sabemos bien– cambiar un hábito no es como cambiarte de ropa; es más parecido a aprender un idioma. Se necesita estar decidido y repetir el nuevo hábito al menos durante una tres semanas para que la conducta se haga automática. Basta tantita duda o falta de convencimiento, para que sea muy fácil regresar a la zona cómoda. Además, es importante evitar encontrarte con las cosas o el ambiente que te estimulan para volver a tus viejas costumbres. Como esos factores no desaparecerán, la recompensa del nuevo hábito debe ser más fuerte.

Cuando mi hija mayor anunció que se casaría, la vanidad y el vestido me hicieron bajar cinco kilos de peso. Como señora de camión, me fui acomodando en la siguiente talla sin darme cuenta. Dejé los postres, chocolates, panes y demás; aunque en un principio me costó mucho trabajo, poco a poco comencé a recuperar ese olvidado placer que da estar delgada.

El gozo de sentir la ropa floja, que el cinturón no me apretara, como tampoco el tiro de los pantalones, hicieron que recuperara la autoestima, que caminara más erguida, que me gustara verme en los espejos y que psicológicamente me sintiera muy bien. Y para no volver a caer en la tentación de subir de peso, un día llevé a un sastre toda mi ropa para que la ajustara a mi nueva talla. No dejé ni un solo "por si engordo". Nada.

Ese gusto por sentirme cómoda dentro de mí cuerpo, fue el premio psicológico que estimuló la producción de dopamina –ahora lo comprendo–,y me ayudó a formar nuevos hábitos de ejercicio y alimentación que perduran hasta la fecha.

¿Qué y cuáles serían los premios que te inspirarían para cambiar un hábito? Te invito a que te lo preguntes…

tomado de

www.gabyvargas.com

1 comentario

Rafa -

Parece que para poder cambiar se debe engañar al inconsciente que todos llevamos dentro.